Hoy voy a hablar de miedos. No de miedos irracionales o fobias, sino de nuestros miedos más profundos y desesperadamente reales. Miedos que nacen de nuestra propia rutina, nuestro propio día a día. Hoy la vida nos presenta los miedos irracionales en las pelis de terror, en las historias de miedo y otras atracciones de feria, pero por desgracia en nuestro devenir diario nos aguardan miedos mucho más hondos. Miedos que compartimos todos, o casi. Antes los miedos eran más arcaicos, más primitivos. Miedo a arder en el infierno, miedo a no llevar una vida correcta. Incluso si nos ponemos más históricos, miedo a seres mitológicos o legendarios (vampiros, hombres lobo, etc).
Los miedos de hoy son igualmente primitivos, pero más difíciles de combatir.
Verbigracia:
Miedo a perder el trabajo (un miedo que te esclaviza a obedecer, para no perder aquello que más anhelamos hoy en día, una estabilidad, una seguridad), miedo a que no nos den un crédito (por el que hemos trabajado mucho tiempo para que el banco confíe en nosotros y nos deje cuatro miserables euros), miedo a que salga algo mal en la hipoteca (ese invento del maligno, ese pozo sin fondo por el que vendemos nuestras almas), miedo a suspender exámenes y que se prolongue nuestro deambular por la universidad durante años, miedo a perder algunos amigos, el miedo que sientes al entender que has perdido a otros, el miedo que sientes al darte cuenta que te estás haciendo mayor, o maduro, y te das de bruces con la realidad adulta, miedo a que ese sueño que has tenido siempre de que al llegar a casa después de trabajar y disfrutas de tu hogar... nunca llega, y parece que a este ritmo no llegará, miedo a que tu paso por este mundo no aporte nada, miedo a fracasar, miedo a que nos falle algo en nuestra vida en pareja (por suerte, ese es el único miedo del que ahora no estoy afectado) porque tenemos una vida tan frágil que dependemos de todo ello para nuestra estabilidad emocional.
Casi prefiero lidiar con vampiros. Al menos con un crucifijo y una ristra de ajos les jodes vivos, he probado a llevar crucifijos y ajos al banco y al trabajo y no funciona igual.
Y cuál es el motivo del miedo? Los de mi generación y las generaciones cercanas no hemos vivido ninguna guerra, la mayoría no hemos vivido experiencias -demasiado- traumáticas, no somos inmigrantes en un país que nos margina, tenemos casa, tenemos una família que nos quiere, amigos, quien más quien menos un trabajo que más o menos le gusta... Quizá hubieramos necesitado algo más de sentimiento, aunque fuese amargo, en nuestra vida para valorar lo que tenemos.